AYUDA AL DUELO

GUÍA PARA FAMILIARES EN EL DUELO

“A menudo encuentra remedio quien comparte su aflicción”

SPENCER

La pérdida de un ser querido es un acontecimiento muy estresante que casi todas las personas tendrán que afrontar a lo largo de la vida.
A partir de la experiencia profesional, la SECPAL ha elaborado esta guía con el objetivo de proporcionar a las familias los elementos necesarios para hacer frente a estos momentos difíciles y conseguir, en la medida de lo posible, una vida equilibrada. Se ofrece información sobre qué es el proceso del duelo, su duración, sus manifestaciones y orientaciones y recursos que le ayuden a usted y a otras personas de su entorno a tolerar la pérdida sufrida.

“Me resulta imposible imaginar que ya nunca estaré sentada contigo, ni oiré tu risa, que todos los días por el resto de mi vida estarás ausente...”

CARRINGTON

El duelo es el proceso de adaptación que permite restablecer el equilibrio personal y familiar roto con la muerte del ser querido. Resulta especialmente relevante cuando se pierde a alguien muy importante y, pese a ser algo natural, puede suponer un gran dolor, desestructuración o desorganización.
El duelo se caracteriza por la aparición de pensamientos, emociones y comportamientos causados por la muerte del ser querido. "Cuando alguien importante muere, una parte de nosotros muere con él" y esto, inevitablemente, provoca dolor.
A pesar del sufrimiento que causa, el duelo es normal y ayuda a adaptarse a la pérdida, prepara para vivir sin la presencia física de esa persona y mantiene el vínculo afectivo de forma que sea compatible con la realidad presente. No suele ser necesario el empleo de fármacos. Si el malestar es excesivo, puede ser conveniente buscar orientación y guía en los profesionales.

“La esperanza y la paciencia son dos infalibles remedios, los más seguros y suaves, para descansar mientras dura la adversidad”.

BURTON

No se puede decir que el duelo se mantiene un tiempo determinado porque su duración es muy variable. Aun así, podemos considerar que los dos primeros años suelen ser los más duros, luego se experimenta un descenso progresivo del malestar emocional. De todos modos, cada persona tiene su propio ritmo y necesita un tiempo distinto para la adaptación a su nueva situación.

“Comprenderás entonces, merced a estos signos misteriosos que una vez más el amor ha vencido a la muerte”.

NERVO

Durante el proceso del duelo se pueden producir una serie de pensamientos, sentimientos y conductas fruto de la pérdida y que, en principio, se pueden considerar normales. La mayoría de los científicos opinan que la reacción a la muerte de un ser querido es algo muy humano por extraña que sea la forma de presentarse.

Algunas de estas manifestaciones son:

Sentimientos

Sensaciones Físicas

Conductas

Pensamientos

  • Tristeza
  • Enfado
  • Culpa y auto-reproche
  • Bloqueo
  • Ansiedad
  • Soledad
  • Fatiga
  • Impotencia
  • Anhelo
  • Emancipación
  • Alivio
  • Insensibilidad
  • Confusión
  • Opresión en el pecho
  • Opresión en la garganta
  • Falta de aire
  • Debilidad muscular
  • Falta de energía
  • Sequedad de boca
  • Vacío en el estómago
  • Sensación de despersonaliza-ción

 

  • Soñar con el fallecido
  • Evitar recordatorios
  • Suspirar
  • Llorar
  • Atesorar objetos que pertenecían a la persona fallecida
  • Buscar y llamar en voz alta

 

  • Incredulidad
  • Confusión
  • Preocupación
  • Alucinaciones breves
  • Sentido de presencia

 

En los primeros momentos, la persona se enfrenta al choque inicial producido por la pérdida. Pueden aparecer manifestaciones tanto físicas como psíquicas tales como: vértigos, náuseas, temblor o alguna irregularidad en el ritmo cardiaco, sensación de irrealidad, confusión, rechazo, vacío, tristeza, ansiedad, incredulidad (“no es posible”, “no es verdad”), e incluso la negación de la situación (manifestada a través de un comportamiento tranquilo e insensible o, por el contrario, exaltado).
Otra reacción frecuente es la de hacer reproches a quien acaba de morir (”¿cómo puedes hacerme esto a mí?”).
Algunas veces se siente un cierto alivio por el fallecido (“gracias a Dios que ya no sufre más”) unido a un alivio personal (“no creo que hubiera podido resistirlo durante mucho más tiempo”).
El decaimiento o abatimiento producido por la pena hace que la persona viva replegada sobre sí misma. Desestima todo aquello que pueda alejarle de su preocupación. Nada le interesa ya, para él/ella el mundo está vacío y carece de atractivo. Por este motivo, hasta las acciones más simples pueden significar un esfuerzo desproporcionado. Toda la atención, toda la energía se concentra en la persona perdida. Cualquier otro asunto o interés parece, por el momento, relegado, dejado de lado.
Se pueden producir alteraciones en el sueño (insomnio, agitación) que pueden durar algún tiempo. Si usted se encuentra en esta situación es recomendable que no se automedique, sino que consulte con su médico para que éste le prescriba el medicamento más ajustado a sus necesidades.
En estos momentos puede soñar con la persona desaparecida.
Esto puede ocasionar sentimientos de diversa índole, como satisfacción, preocupación, alegría, tristeza, desasosiego...
No es extraño tener la sensación de ver a la persona fallecida, notar su presencia u oír su voz. Estas percepciones pueden ser consecuencia de un sentimiento de anhelo, o de la necesidad de recuperar a la persona perdida. Un fenómeno muy frecuente es el miedo a contraer la misma enfermedad que acabó con la vida del enfermo. No se extrañe si en algún momento usted siente algunos de los síntomas que tenía su ser querido antes de morir. Esta es una reacción frecuente que expresa los lazos afectivos existentes entre enfermo y familiares. Si la situación persiste, no dude en visitar a su médico quien, si lo cree necesario, le hará unos análisis para que todos puedan recuperar la tranquilidad.
Pueden surgir dudas relativas a la posibilidad de haber mostrado hostilidad, falta de amabilidad o negligencia que hayan contribuido a la muerte de la persona. A ello se suman remordimientos por todo aquello que no se hizo cuando el ser amado aún se hallaba con vida. Todo esto puede generar sentimientos de culpa casi siempre infundados.
En el período del duelo, algunos familiares pueden tener dudas sobre los tratamientos o sobre las decisiones que se tomaron durante la enfermedad de su ser querido, lo que puede generar sentimientos de culpa, rabia, impotencia. Si éste es su caso, no dude en ponerse en contacto con el médico, este le aclarará todas las dudas que usted le quiera formular.
Los sentimientos de culpa pueden deberse al deseo, más o menos consciente, de que el enfermo muriese. Esta idea suele aparecer a causa del agotamiento que supone el cuidado prolongado a estos enfermos. Si usted ha tenido alguna vez un pensamiento de este tipo debe saber que es legítimo y normal. Es absolutamente lógico desear que todo termine cuando ya no hay ninguna esperanza y que, de una vez, todos, enfermo y familiares, puedan descansar. Y, por supuesto, nunca olvide que la muerte de su ser querido no ha tenido nada que ver con su deseo.
En los casos en los que el doliente pueda sentirse culpable por seguir vivo habiendo muerto el ser querido, debe recordar que usted no ha sido el causante o responsable de que las cosas hayan sucedido de esa forma y en ese orden.
Por otro lado, cuando una persona viuda establece una relación afectiva con otra persona y piensa en normalizarla y hacerla oficial, también puede aparecer en él/ella un importante sentimiento de culpa. En ocasiones, esta persona vive este nuevo acontecimiento con una gran culpabilidad y sensación de deslealtad e infidelidad.
Los hijos también pueden tener dificultades para aceptar esta situación, especialmente si prevén que puede haber una sustitución del padre o la madre desaparecidos.
Recuerde que está vivo, que tiene derecho a vivir y a sentirse bien con ello.

El duelo a lo largo del tiempo
Al principio, la imagen del desaparecido ocupa por completo la mente del doliente. Se le recuerda constantemente y se echan de menos pequeños detalles de la vida cotidiana que se compartían con él o con ella. Con el paso del tiempo, se alternan estos momentos de recuerdo doloroso con la paulatina reorganización de la vida externa e interna.
Puede haber y habrá períodos de recrudecimiento en fechas señaladas (navidades, cumpleaños, aniversarios, etc.) sin que esto suponga una ruptura de la normalidad.
Se dará también una separación de los objetos personales del fallecido, guardando solamente los que considera como particularmente evocadores y significativos.
Confinado –al principio- en su casa y soportando las visitas, ahora acepta salir y ver progresivamente a parientes y amigos y establecer nuevas relaciones. El dolor y la pena van disminuyendo y la persona experimenta alivio (hace años se decía “estar de alivio” cuando una persona dejaba de “estar de luto” y cambiaba progresivamente las ropas negras por ropas grises, blancas y malvas).
Llega, por fin, un momento en el que la persona en duelo retoma las ganas de vivir, mira hacia el futuro, se interesa por situaciones nuevas y es capaz de ilusionarse de nuevo y expresarlo.

El poeta Trossero describe esta fase de esta forma:
Cuando hayas terminado de aceptar que tus muertos se murieron, dejarás de llorarlos y los recuperarás en el recuerdo para que te sigan acompañando con la alegría de todo lo vivido...

"Ahora no es momento de pensar en lo que no tienes. Piensa en lo que puedes hacer con lo que hay”.

HEMINGWAY

El concepto de muerte es abstracto y complejo, de ahí que la forma de abordarlo y comprenderlo dependa de aspectos tales como la edad, el nivel de desarrollo, la educación, la religión, etc.
A continuación se presentan las características particulares de los miembros de la familia que pueden ser más vulnerables a la pérdida de un ser querido.

LOS NIÑOS

“Las cosas se determinan las unas a las otras, pero el hombre en última instancia, es su propio determinante. Lo que llegue a ser, dentro de los límites de sus facultades y de su entorno, lo tiene que hacer por sí mismo”
FRANKL

En los niños, las manifestaciones de duelo normales pueden presentarse inmediatamente después de la pérdida o pasado un tiempo de la misma. Las más frecuentes son las siguientes:

  • Conmoción y confusión ante la pérdida de un ser querido.
  • Ira, manifestada en juegos violentos, pesadillas e irritabilidad.
  • Enojo hacia los otros miembros de la familia.
  • Gran temor o miedo a perder al padre o madre que aún sigue vivo.
  • Vuelta a etapas anteriores del desarrollo. Esto hace que actúe de manera más infantil, por ejemplo, exigiendo más comida, más atención, más cariño, hablando como un bebé, etc.
  • En algunas ocasiones pueden creer que son los culpables de la muerte de su familiar por cosas que han dicho, hecho o deseado, (como por ejemplo: “no quiero volver a verte”…).
  • Tristeza que puede manifestarse con insomnio, pérdida de apetito, miedo prolongado a estar solo, falta de interés por las cosas que antes le motivaban, disminución acentuada en rendimiento escolar y deseo de irse con la persona fallecida.

ALGUNAS SUGERENCIAS PARA AYUDAR AL NIÑO:

  • Ser completamente honesto. Acompañar a un niño en duelo significa ante todo NO apartarle de la realidad que está viviendo, los niños son sensibles a la reacción y el llanto de los adultos, se dan cuenta de que algo pasa y les afecta.
  • ¿Cuándo y cómo dar la noticia? Aunque resulte muy doloroso y difícil, es mejor informarles de lo sucedido lo antes posible, buscaremos un momento y un lugar adecuado, le explicaremos lo ocurrido con palabras sencillas y sinceras (”Ha ocurrido algo muy triste. El abuelo ha muerto, ya no estará más con nosotros porque ha dejado de vivir…”).
  • Explicar cómo ocurrió la muerte. Procuraremos hacerlo con pocas palabras. Por ejemplo, “Ya sabes que ha estado muy, muy enfermo durante mucho tiempo, la enfermedad que tenía le ha causado la muerte. Las personas sólo se mueren cuando están muy, muy enfermos”. En caso de accidente podemos decirle que quedó muy, muy malherido.

Sea como fuere la muerte, de nada sirve ocultarlo porque tarde o temprano acabarán enterándose por alguien ajeno a la familia. Es mejor explicar cómo fue y responder a sus preguntas.

  • ¿Qué podemos decirles si nos preguntan el por qué? Es bueno que sepan que todos los seres tienen que morir algún día y que le ocurre a todo el mundo. Los niños en su fantasía pueden creer que algo que pensaron o dijeron causó la muerte. Hay que decirle con calma pero con firmeza que no ha sido culpa suya.

Para los niños menores de cinco años la muerte es algo provisional (creen que la persona que ha fallecido puede volver en cualquier otro momento). También pueden considerar que la persona muerta sigue comiendo, respirando, existiendo y que se despertará algún día.
Para que el niño entienda qué es la muerte, suele ser útil hacer referencia a los muchos momentos de la vida cotidiana donde la muerte está presente (como por ejemplo sucede con los animales, las plantas).

  • Permitir que participe en los ritos funerarios. Darle la oportunidad al niño de asistir y participar, si así lo desea, en el velatorio, el funeral, el entierro. Tomar parte en estos actos puede ayudarle a comprender qué es la muerte y a iniciar mejor el proceso de duelo. Es aconsejable explicarle con antelación qué verá, qué escuchará y el por qué de estos ritos.

Permitirle ver el cadáver si él quiere, pero siempre acompañado de un familiar o persona cercana. Muchos niños tienen ideas falsas respecto al cuerpo. Insistir en que la muerte no es una especie de sueño y que el cuerpo no volverá ya a despertarse.
Antes de que vea el cadáver, explicarle dónde estará, que aspecto tendrá. Lo ideal es que pueda pasar un rato de tranquilidad e intimidad con el cadáver. Si el niño no quiere verlo o participar en algún acto, no obligarle ni hacer que se sienta culpable por no haber participado.

  • Animarle a expresar lo que siente. Los niños viven emociones intensas tras la pérdida de una persona amada. Si la familia acepta estos sentimientos, los expresarán más fácilmente y ésto les ayudará a vivir de manera más adecuada la separación.

Frases como “no llores”, “no estés triste”, “tienes que ser valiente”, “no está bien enfadarse así”, pueden cortar la libre expresión de las emociones e impedir que se desahogue.
En los niños la expresión del sufrimiento por la pérdida no suele ser un estado de tristeza y abatimiento como el de los adultos. Es más frecuente apreciar cambios en el carácter, cambios frecuentes de humor, disminución del rendimiento escolar y alteraciones en la alimentación y el sueño.

  • Mantenerse física y emocionalmente cerca del niño. Permitirle estar cerca, sentarse a su lado, sostenerlo en brazos, abrazarlo, escucharle, llorar con él e incluso dejarle que duerma cerca, aunque es mejor que sea en distinta cama.

Buscar momentos para estar separados, dejarle solo en su habitación, dejarle salir a jugar con un amigo. Es bueno decirle que aunque estamos muy tristes por lo ocurrido vamos a seguir ocupándonos de él lo mejor posible.
Lo que más ayuda a los niños frente a las pérdidas es recuperar el ritmo cotidiano de sus actividades: el colegio, sus amigos, sus juegos familiares, las personas que quiere. También es bueno garantizarle el máximo de estabilidad posible. No es buen momento para cambiarle de colegio. En cambio es positivo asegurarles que vamos a seguir queriendo a la persona fallecida y que nunca la olvidaremos.

Estar atentos a la aparición de algunos signos de alerta como:

  • Exceso de llanto durante periodos prolongados.
  • Rabietas frecuentes y prolongadas.
  • Apatía e insensibilidad.
  • Un periodo prolongado en el que el niño pierde interés por los amigos y actividades que solían gustarle.
  • Frecuentes pesadillas y problemas de sueño.
  • Miedo a quedarse solo.
  • Comportamiento infantil durante un tiempo prolongado (por ejemplo, hacerse pis, hablar como un bebé, pedir comida a menudo...)
  • Frecuentes dolores de cabeza solos o acompañados de otras dolencias físicas.
  • Imitación excesiva de la persona fallecida y expresiones repetidas de la voluntad de reencontrarse con él/ella.
  • Importantes cambios en el rendimiento escolar o no querer a ir a la escuela.
La presencia prolongada de alguno o varios de estos signos puede indicar la existencia de una depresión o de un sentimiento de dolor sin resolver. Pida ayuda a un profesional para que valore la situación, facilite la aceptación de la muerte y asesore a la familia en el proceso de duelo.

“La adversidad tiene el don de despertar talentos que en la prosperidad hubiesen permanecido durmiendo”

HORACIO

Con buena intención, los padres intentan evitar el sufrimiento a los adolescentes y adoptan conductas sobreprotectoras que dificultan la resolución adecuada del duelo. Contrariamente a lo que los adultos creen, los adolescentes son conscientes de la muerte y de los cambios que se producen. La forma de reducir su sufrimiento es hacerles partícipes de la vida familiar.
Las manifestaciones del duelo en los adolescentes son similares a las de los adultos. En los más jóvenes predomina el malestar fisiológico (por ejemplo, los dolores de cabeza o estómago) y en los mayores el psicológico (por ejemplo, la baja autoestima).
Los efectos del duelo en este grupo de edad pueden ser muy importantes. Si no se resuelve adecuadamente puede producir problemas graves y duraderos como la baja autoestima, el abuso de drogas, la delincuencia, la confusión, los problemas de rendimiento escolar o laboral, la promiscuidad sexual, el embarazo precoz o el suicidio.

ALGUNAS SUGERENCIAS PARA AYUDAR AL ADOLESCENTE EN DUELO:

  • Proporcionar información clara y adecuada sobre lo sucedido.
  • Permitir y respetar la expresión o no de sentimientos y emociones. Puede ocurrir que el adolescente reprima sus sentimientos para no parecer infantil. En tal caso, los adultos pueden servir de modelos de la expresión adecuada del duelo. Es importante reconocer su persona, su forma de ser y de llevar el duelo.
  • Potenciar su participación, siempre que él quiera, en diferentes ritos funerarios, como una de las formas de facilitar la aceptación de la realidad de la pérdida. Ejemplos de ello son ir al cementerio, visitar el lugar donde se esparcieron las cenizas, recordar el aniversario de la muerte y participar en distintas celebraciones religiosas.
  • La sobreprotección entendida como una manera de evitar el sufrimiento puede ser interpretada por el adolescente como una forma de no tenerle en cuenta.
  • Mostrarse cercanos y disponibles para el momento en que nos necesiten. El apoyo de los familiares, amigos y personas importantes es fundamental para evitar que el adolescente canalice su aflicción de forma destructiva o auto-destructiva. En caso de llegar a este punto, es necesario recurrir a la ayuda de un especialista.
  • Mantener las “rutinas” y las “normas”. Siempre que resulte posible, es muy importante conservar los hábitos, las costumbres, los horarios y las normas establecidas de forma que no sienta que el mundo entero se desestabiliza y se desorganiza ante él. Esta manera de actuar ayuda a conservar cierto orden dentro de la confusión que supone la muerte de un ser querido contribuye a la estabilidad del adolescente.
  • Garantizar la atención y el afecto. Si los padres están muy afectados y no pueden asumir sus responsabilidades es importante buscar una figura significativa que garantice las atenciones necesarias mientras los padres se recuperan emocionalmente.
  • Recordar que es adolescente. No es recomendable asignarle un papel que no es el suyo (funciones de padre, de esposa). En ningún momento debe asumir las tareas de la persona fallecida.
Reafirmar su personalidad. Es peligroso identificar al adolescente con el fallecido puesto que no va a poder sustituirle o igualarle por más que se esfuerce. Ésto puede complicar enormemente la búsqueda de su identidad.

“El que muere no puede llevarse nada de lo que consiguió pero se lleva, con seguridad, todo lo que dio”.

MENAPACE

Los procesos de duelo tienen una serie de factores comunes independientes de la edad y, por tanto, no se debe ignorar el duelo de una persona anciana.

LAS PERSONAS CON DIFICULTADES ALGUNOS ASPECTOS A TENER EN CUENTA Y ALGUNAS SUGERENCIAS:

  • Acompañarles. En el caso de personas de edad avanzada que han perdido a su pareja, probablemente, lleven una serie de duelos vividos que les faciliten entender cuál será su proceso. Por otra parte, pueden percibir un mayor sentimiento de soledad debido a la pérdida paulatina de familiares y/o amistades, las alteraciones en las relaciones sociales producidas por el tiempo dedicado a la persona enferma o por las propias limitaciones físicas, el cambio de domicilio, etc. Debemos recordar que el sentirse acompañado favorecerá el proceso de recuperación.
  • No quitarle importancia al duelo del anciano. Cuando una persona mayor sufre la pérdida de un familiar cercano bien sea un hijo, nieto, yerno, sobrino, etc. se tiende a considerar que el duelo es menor y sin embargo no es así.
Ser comprensivos. Cuando muere una persona joven, el anciano puede pensar que la persona fallecida tenía más derecho que él a seguir viviendo. Es necesario entender su situación y demostrarle nuestro cariño.

“Cada cambio que sigue al remplazo de un elemento del sistema, simboliza la muerte del sistema mismo, siendo el objetivo primordial establecer un nuevo sistema nacido del viejo”.

GRAVES

Existe otro grupo de personas vulnerables a las que generalmente no se tiene en consideración y, a menudo, se infravalora su capacidad para implicarse en el proceso. Es el caso de las personas con problemas mentales.

ALGUNOS ASPECTOS A TENER EN CUENTA Y ALGUNAS SUGERENCIAS:

  • Las personas con disminución o trastorno mental generalmente suelen tener un papel  secundario. Probablemente hayan podido participar poco en los cuidados de la persona enferma y se suele tener la impresión de que no son conscientes de la realidad. Nada más erróneo, estas personas disponen de mucho tiempo para observar el comportamiento de los demás y hacerse una idea de lo que está ocurriendo. Aunque parece que están ausentes o no participan en exceso, también sufren y necesitan de los que les rodean.
  • Estas personas a veces pueden sentirse responsables de algunas crisis familiares. Por esta razón, podría darse en ellos el sentimiento de que son los culpables de la enfermedad y consecuentemente del fallecimiento de su familiar. Al igual que con los niños, es conveniente mantener con ellos diálogos informales efectuando comentarios indirectos que sean esclarecedores. Como por ejemplo, hablar de la enfermedad, de las causas que la provocan, comunicar los propios sentimientos, favorecer su participación en los rituales y recordar todos aquellos vínculos de relación positiva entre él y la persona fallecida.
En situaciones de un elevado trastorno, o modificación severa de los hábitos, es conveniente consultar con un especialista.